Testamento



De vuelta en el calabozo, a la reina de Francia sólo le quedaban unas horas antes de comparecer ante el Altísimo, horas que María Antonieta empleó en dejar un último mensaje de amor y de perdón a sus seres queridos. Una carta sublime, grave y conmovedora, dirigida a su cuñada Madame Isabel, que la princesa real nunca recibirá, pues fue interceptada y entregada a Robespierre y estuvo desaparecida hasta el año 1816, en el que salió a luz con motivo de la restauración borbónica en Francia (Luis XVIII):
"Es a vos, hermana mía, a quien escribo por última vez. Acabo de ser condenada, no a una muerte vergonzosa [...] sino a reunirme con vuestro hermano [...]. Me causa un hondo pesar abandonar a mis pobres hijos: vos sabéis que eran mi única razón de existir [...]. Que mi hijo no olvide nunca las últimas palabras de su padre, que yo le repito expresamente; ¡que nunca intente vengar nuestra muerte! [...] Debo hablaros de algo doloroso para mi corazón. Sé cuánta pena ha debido causaros este hijo mío. Perdonadle, querida hermana: pensad en su edad y en lo fácil que es hacer decir a un niño lo que se quiere, incluso aquello que no comprende [...]. Pido perdón a todos cuantos he conocido [...]. Perdono a todos mis enemigos el mal que me han hecho... Os abrazo de todo corazón, así como a mis pobres y queridos hijos.¡Dios mío, qué desgarrador es dejarlos para siempre! Adiós, adiós, ya no habré de ocuparme sino de mis deberes espirituales [...]".

Últimas palabras de Marie

Días antes de su muerte, después de que su marido fuera ejecutado, sus hijos arrancados de su lado, el Delfín manipulado para acusarla de estupro, y completamente sola, en su prisión María Antonieta se golpeó la cabeza contra una viga del techo haciéndose una herida que no paraba de sangrar. La todavía reina no se quejó. Ante la pregunta de uno de los guardias: "¿Os habéis hecho daño?", María Antonieta contestó: "No, ahora ya no hay nada que pueda hacérmelo."
Vale la pena recordar uno de sus momentos más estremecedores: cuando supo el descuartizamiento cruel y sangriento de su leal amiga María Luisa de Saboya-Carignan, princesa de Lamballe, quien fuera salvajemente asesinada en la prisión de la Force, el 3 de septiembre de 1792, y su cabeza, peinada y empolvada, fue hecha desfilar empalada por las calles entre risas y gritos salvajes.
El día de su ejecución, mientras el pueblo entero la abucheaba e insultaba, María Antonieta se tropezó subiendo al cadalso y pisó al verdugo que estaba a punto de guillotinarla. La reina le dijo: "Disculpe, señor, no lo hice a propósito."